sábado, 17 de noviembre de 2007

Una Cantaleta necesaria y urgente


Cuando crecíamos al calor de las costumbres familiares y hogareñas, existía una excelente: ¡Escuchar la Radio! Sin ella, nuestras vidas habrían sido insulsas. Así de sencillo, la Vida era más Bella con un aparatito llamado Radio que sonaba todo el día. Claro que había momentos o programa especiales que reunían a toda la Familia, y otros que reunían, o bien a los mayores o bien a los más chicos o jóvenes. Ese aparatito era parte de la casa, como el perro o el gato; o quizás más bien, como el perico o la lora donde los había. Sin radio el mundo habría sido diferente, aburrido y analfabeto; oscuro y oscurantista. Todos chineábamos con esmero a ese miembro más de la familia, y esto se reflejaba en varios detalles, y como aseguraba mi vieja amiga Virginia Grütter, la cultura y la cortesía están bordadas de pequeños detalles. Se tenía una repisa especial para colocarlo en un lugar muy visible, al alcance de los mayores o de los que ya habían alcanzado una estatura respetable; al lado se colocaban flores artificiales o adornos diversos, y como si fuera poco, la abuela o la madre habían bordado algún tapetito delicadamente con su manos trabajadoras y se usaba para cubrirlo y así protegerlo del polvo y de otras inclemencias del tiempo y del medio. Así era la vida del radio. Nuestras vidas son lo que son, en gran medida, por la influencia de los Programas que se transmitían por aquellas ondas y llenaban el Hogar de voces y cantos todavía entrañables en el recuerdo.

Pasaron los años, y la radio siguió siendo un Poder. Entra a nuestras casas, a nuestras oficinas, a las iglesias, a los establecimientos comerciales y ahora hasta a los vehículos estacionados o rodantes. Continúa siendo una Reina ataviada de perillas o botones y se manipula de múltiples formas: con todo el esfuerzo de los dedos o tan sólo con la delicadeza de sus yemas; y hasta se puede realizar su operación a distancia o a control remoto. La radio jamás será destronada. Su presencia es para siempre. Su lugar es la primera fila.

Hoy han surgido y operan otros medios de comunicación, algunos muy sofisticados, por ello es corriente escuchar a las personas de las generaciones del segundo medio siglo pasado para acá, decir que deberán llevar algún curso para poder sintonizar tal o cual Radioemisora. Pero aún y así, con estas limitaciones que nos impone el desarrollo tecnológico, la radio será la opción más democrática para que el Ser Humano exprese sus estados de ánimo, sus conocimientos y sus inquietudes. La Radio es democracia, y siempre que ha sido utilizada para compartir y para educar, ha logrado fortalecerla.

Por todo lo anterior, recordamos programas que jamás perecerán: “Doña Chona y Don Tranquilino, Olegario Mena, Pomponio Tortas, el Latazo, el Hombre de las cincuenta voces, el Ja ja del aire, La Patada y otros que fueron la delicia y el pan casi cotidiano de todos los barrios populares. Todos ellos lograron conformar una idiosincracia realmente tica, cuyo resultado ha sido la consolidación de una forma de ver la realidad desde ángulos muy variados, cuyo eje siempre fue el auténtico humor costarricense. Y ese humor ha hecho de la vida cotidiana algo más llevadero y aceptable; aún y con los múltiples problemas que nos aquejan como Sociedad volátil y cambiante. Nuestro país sería menos nación si ellos no hubiesen existido.

Bueno, y no menciono adrede entre los primeros citados con anterioridad, a la Cantaleta de los Hermanos Grosser, porque para mí este merece unas líneas especiales no sólo por su calidad formal, sino por su profundidad conceptual y de contenidos. Para referirse a este singular y original Programa, debemos pensar no únicamente en el talento de sus creadores, sino y más allá de ello, en la versatilidad que ellos le saben imprimir a sus personajes y a los diálogos y monólogos que viajan por el espacio hasta el deleite de los costarricenses privilegiados que los recibimos en nuestros hogares con los brazos abiertos…o más bien, con los oídos despiertos.

La Cantaleta ha sido un programa maravilloso, capaz de suscitar en uno diversos sentimientos ciudadanos. Me atrevo a asegurar que ha sido una Cátedra Popular, y probablemente sea una de las pocas en el mundo, sino la única. He tenido la oportunidad de conversar con muchos amigos del exterior acerca de este tema, y sorprendentemente la información que recojo es que en sus países no existen programas de esta naturaleza. Cuando les relato y reproduzco de acuerdo con mi memoria, programas casi completos por los temas abordados, su hilaridad y sus lágrimas afloran como goteras en techo de Aguantafilo. Simplemente, no pueden creer que un espacio así exista en la radio, porque su Historia como pueblos se ha visto golpeada por la intolerancia y la reducción ideológica; o simplemente por la simpleza de que una escala de valores prepotente, sesga a los demás y a los otros la posibilidad de crecer espiritualmente, escuchando al artista que se despelleja el Alma para rellenar los cráteres de nuestras lunas internas tristes de una argamasa de creatividad, capaz de encender al más apagado.

Con la Cantaleta no sólo reímos y carcajeamos, también botamos lágrimas que la realidad cara de perro nos obliga a acumular durante toda la semana. Afirmo que si este Programa fuera cotidiano, en Costa Rica existirían menos penas; es decir, menos violencia intrafamiliar que llaman ahora, menos rencor, menos tristeza, menos golpes sobre la mesa o sobre las caras, menos accidentes fatales de tránsito; menos gritos y gestos amenazantes. Existiría digo, más vida sonriente y más ganas de entrarle al Mundo con ganas de vivirlo y vivificarlo. La Cantaleta rehace la vida nacional y la torna más alegre: en términos del Pedagogo brasileño Paulo Freire, la re - danza, la re - pinta, la re – actúa y re - canta.

No ha existido un Programa Radial en Costa Rica que le permita al ciudadano “conversar” con sus Ex Presidentes y Presidentes, con sus Diputados y Ministros, con entrenadores de futbol y jugadores, con Artistas nuevos y viejos; ausentes y presentes. La Cantaleta nos da ese honor y ese solaz pedagógico al interactuar con personajes de carne y hueso que el pueblo identifica plenamente; queriendo a algunos y rechazando a los otros; siempre con mucho respeto. Podemos conversar con el Pachuco o Chucopa, y al mismo tiempo, esperar de vuelta el saludo de un ex Presidente de la República haciendo bromas interactivas con sus ex gobernados.

Es un Programa eufórico, es decir, es asertivo, proactivo y propositivo. Todo lo anterior significa, simplemente, que es alegre e irradia esa alegría sin egoísmo ni cálculo. Lo único que calcula es a quién y cómo asestará el golpe que atonte socialmente para despabilar la Historia Patria y la personal. No es un Programa inocente, no, es un Programa consciente. Sabe cuáles son su metas y sus propósitos ineludibles y eso lo escuchamos en la voz de sus personajes. Por ejemplo, miles de costarricenses podríamos pintar una imagen de Doña Esperanza, y de seguro esa sería similar en cada barrio; de hecho, a partir de su creación cantaletesca, existen muchas señoras así bautizadas en los barrios gracias al imaginario colectivo o personal de sus oyentes y fiebres.

Destaco, finalmente, no porque no haya más asuntos que destacar en relación con este prodigio de creatividad, sino por asuntos de espacio, el inmenso talento de sus creadores. Ellos se nos revelan como múltiples profesionales, polisémicos y polifónicos enriquecedores de una enunciación popular sin límite: son sociólogos, psicólogos, antropólogos, historiadores, politólogos, trabajadores sociales, pedagogos y hasta adivinadores. Esa es la maravilla que hace posible crear un Programa de esas dimensiones y de ese calibre profesional.

Un amigo mío graba el Programa para luego continuar escuchándolo durante toda la semana, y además, los colecciona para animar las fiestas familiares. Viaja a su trabajo, y mientras cruza por esos campos de batalla que llamamos eufemísticamente carreteras nacionales, los escucha para sentir más deseos de vivir alegremente y eufórico. Imitándolo, conseguí algunos Programas grabados y los envié a Suramérica y a Europa, para deleite de nuestros compatriotas en el extranjero y de sus amigos hispano parlantes. Sin lugar a dudas son poquísimos los artistas que pueden lograr esto en el mundo de hoy, y los Cantaletos lo logran con suma facilidad para sus oyentes. ¡Hasta en eso es democrática la Cantaleta!

Nuestra vida democrática se enriquece y fortalece con la existencia de este Teatro Popular que escuchamos por la radio, porque nos educamos como ciudadanos que escuchamos la crítica, la sorna, el chascarrillo y la burla simpática, con naturalidad y serenamente. El único precio posible es reír hasta desternillarse y arratonarse las sienes de batir las mandíbulas. ¡Hasta los alimentos caen mejor escuchando la Cantaleta! Porque la risa sana ayuda a lograr una mejor digestión.

¡Larga vida a la Cantaleta y a sus Cantaletos!
¡Larga vida a los Hermanos Grosser!

San Isidro de Heredia, octubre de 2007