martes, 4 de diciembre de 2007

Educación y justicia social

Educación y justicia social

Claudio Monge Pereira

“Hacia una educación inclusiva
que propicie la dignidad y la justicia social”

La injusticia:

Probablemente se puede asegurar que pululan por este mundo infinidad de libros, tratados y documentos que abordan el tema de la Justicia Social desde muchas visiones; y lo mismo podríamos aseverar del tema educativo. Y si la Humanidad ha producido tantas palabras que pretenden especificar y dilucidar la problemática que se deriva de asuntos claves para el desarrollo de cualquier Sociedad, por qué los pueblos continúan sumergidos en la ignorancia, la miseria, la explotación, la falta de oportunidades dignas, y en suma, la injusticia social.

Para poder discernir con propiedad acerca de la justicia, primero debemos caracterizar la injusticia, porque sería ejercicio inocente referirse a lo anhelado sin conocer aquello que lo imposibilita. Uno de los más graves problemas que arrastran las Ciencias Sociales se asienta en la obsesión por realizar radiografías casi exactas de la realidad, sin proponer las salidas viables para solucionarlos en estricto apego a un contrato social viable y sin exclusiones. A quienes nos hemos dedicado a estas Ciencias, muchas veces se nos ha calificado de “problemólogos”, alejados de la urgencia de actuar como “solucionólogos”.

De esta manera, planteo una reflexión desde la perspectiva cristiana, porque según mi entender y sentir, nuestra ética es inevitable e irrepetible, y nos conduce a la comprensión de los hechos que generan la injusticia y nos aporta la claridad para vislumbrar un Camino de Amor.

Toda injusticia se asienta en la ausencia del Amor, y su reproducción se da por la entronización de la indiferencia, como nueva categoría conductual frente a la Sociedad; compréndase ante el PRÓJIMO. Ya sabemos, por boca y enseñanza de nuestro Superior y Único Maestro, que mi prójimo es todo aquel o aquella a quien yo amo como a sí mismo. A quien ama a Jesucristo no le queda otra opción ni otro camino, porque si Él es el Camino y la Verdad, nuestra obediencia conduce a la construcción de la Vida; y de aquella que se da en abundancia.
Para el cristiano no existe otra posibilidad: amamos al prójimo como a sí mismos o no lo amamos. Esta es la simpleza majestuosa del Padre, porque no nos pone nada imposible como tarea, sino algo absolutamente viable. Siendo nosotros resultado del Amor más grande, somos portadores de esa Semilla especial y única, la Semilla que se ofrenda para la dicha de los hermanos; es decir, de la Sociedad como un todo.

El ser humano se fortalece en Comunidad y sobrevive a todos los avatares que la realidad le impone. Siempre saldrá adelante inclusive de las más terribles pruebas. Lucha y se organiza. Derrota a la adversidad porque se fundamenta en la colectividad. Tarda en aparecer el excedente material y surgen los parásitos iniciales que manifiestan su fervor para apoderarse de él, aún a costas de la violencia. Surge la injusticia: unos pocos se adueñan del trabajo de la mayoría y se convierten en “epulones”. Estos se hartan hasta la gula, mientras Lázaro sufre hasta la desgracia de los perros callejeros. Así es la esencia del origen de la desproporción social, y ella herrumbrará el metal que sostiene los pilares de la Sociedad, es decir, de la Comunidad.

Se construye, con la destrucción del prójimo, un abismo indecible entre la Verdad que es Dios, y la mentira que es la lujuria, la desfachatez y la gula insaciables. Un dios metálico sustituye al Amor. La bolsa cargada de dinero palpitará más que el propio corazón del Ser Humano.

Entonces aquí, se hacen gigantescas las palabras del Profeta Amós para “descubrir”, que la lacra de la injusticia es la que carcome el Bien Común:

“Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojaís a los miserables, diciendo: “¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?” Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.”

Visto así el panorama social de aquella época, notamos que no ha cambiado mucho la realidad: desproporción, gula, arrogancia, menosprecio, intimidación, indiferencia, materialismo desenfrenado, consumismo enfermizo, sarcasmo, prepotencia, lujuria, despilfarro, maledicencia, y en suma, injusticia social. Se asiste a la conformación de unas relaciones sociales de producción que atentan contra la dignidad del Ser Humano, alejadas de las enseñanzas del Creador; o sea, asistimos a la consolidación del imperio de la Injusticia. En este imperio el impío es rey y el desvalido es aquel o aquella que el Creador levantará de la basura para sentarlo al lado de los Príncipes.

La educación:

La enseñanza es el acto de transmitir conocimientos, el aprendizaje de asimilarlos y la educación de practicarlos socialmente. Es un proceso completo y no se puede dar por separado, no son compartimentos que se unen con una goma mágica, sino células de un mismo cuerpo. La educación ha sido definida a través de la Historia de múltiples maneras, pero lo cierto es una verdad: el ser erudito no necesariamente hace al ser educado. En concreto: un Sistema Educativo puede atiborrar a las personas de contenidos o “materia”, pero no automáticamente de educación. Puede llenarle la cabeza a la gente de libros, pero no necesariamente de valores. Ya lo decía el pensador francés Montesquieu, hace más de doscientos años: “¡No se trata de llenar cabezas, sino de educarlas!”. Una persona puede tener su cabeza totalmente repleta de “materia”, no obstante, eso no la hace educada. Por el contrario, podemos encontrar personas por la calle, que sin ningún título académico, demuestran una exquisita educación. Por ello, se propone a continuación, revisar someramente diversos puntos de vista vertidos en épocas muy diversas en tiempo y espacio.

Si damos un vistazo al panorama histórico – pedagógico podemos apreciar el siguiente abanico:

Guillermo García, argentino, afirma en su obra “La educación como práctica social”, que la educación es justamente eso, porque por medio de un proceso determinado se transforma una materia prima que recibimos, supuestamente inacabada, y le entregamos a la sociedad un producto final diferente y en apariencia acabado. Para este pedagogo la Educación se da en tres niveles; a saber: A) en el nivel de Hecho, que abarca todos aquellos acontecimientos que circundan la vida y el accionar de los seres humanos en sus relaciones sociales cotidianas; es decir, son aquellos aprendizajes y aquellas enseñanzas significativas que se dan al margen de cualquier sistematicidad. Es la adquisición cotidiana de conocimientos y hasta de algunos valores o antivalores. B) en el nivel de Propósito, y como la acepción lo indica, son todas aquellas experiencias que se planifican y ejecutan para cumplir con metas y objetivos previamente establecidos; concretamente, es la educación que se da en instituciones que fueron creadas para esos propósitos y que es impartida por especialistas que adquirieron ese derecho por medio de un certificado; que las más de las veces, es un certificado de poder para el dominio de supuestos “ignorantes”. Es la instrucción que se adquiere dentro del Sistema. Y, C) en el nivel de Reflexión, entendiéndolo como la ejercitación epistemológica que se realiza acerca de las particularidades de los niveles anteriores para producir Teoría acerca de ellos; lo cual conduce inevitablemente a la formulación de cuerpos pedagógicos que se convierten en paradigmas para el fortalecimiento científico de nuestros quehaceres. En concreto, para García hacer educación al nivel de reflexión, es hacer Pedagogía. Especular sobre los niveles A y B es producir cuerpo pedagógico para sustentar diversas posiciones con respecto a este hecho social. Si tomáramos como acertada la posición de este estudioso, podríamos concluir que nadie ligado a la educación se escapa de realizar en determinado momento teoría pedagógica; aunque nunca la llegue a formular por escrito como propuesta concreta.

Francisco Gutiérrez prefiere proponernos la educación como una práxis política, entendiendo política como la necesidad de tomar partido frente a la realidad concreta de la Humanidad. En este caso, la práxis nos remite a la relación dialéctica entre práctica y teoría; es decir, que siempre la teoría será el producto de una práctica reflexionada y toda práctica será la resultante de la aplicación de alguna teoría o reflexión. En este sentido, asumimos la educación como un hecho o un acto social concreto e histórico, para el ser humano y por el ser humano; para liberarlo o para esclavizarlo, para desatarlo o para manipularlo. Educarse es politizarse e ideologizarse, es tomar partido en la connotación que señaláramos anteriormente. De tal manera, la educación será liberación y esperanza, o esclavitud mental y laboral.

Freire se refiere a la educación como a una práctica liberadora y humanista, y practicar la libertad es educar al hombre en el amor, la solidaridad y la esperanza. La pedagogía es una propuesta teórica multilateral que promueve la felicidad del ser humano a través de la educación: es profunda transformación individual y colectiva. Es un re – nacer.

En Costa Rica, ya en los años veinte, la joven maestra normalista Luisa González, conjuntamente con Carmen Lyra, fundadoras de la Educación Preescolar Pública, entendían que la educación es un acto liberador por medio del cual manifestamos nuestro amor hacia la Patria. Afirmaban que la Pedagogía, más que un cuerpo teórico más o menos coherente, debería ser una Guía para la acción que rompa los esquematismos y los reduccionismos mentales que promueve la sociedad del egoísmo. La Pedagogía es la teoría que surge del conocimiento de las realidades sociales y concretas del sistema educativo en todos sus ejes y componentes, que le sirve al educador para orientar su quehacer cotidiano, dentro y fuera del aula. La Pedagogía entonces, no es sólo un asunto que se practica dentro de las cuatro paredes de una institución especializada; es un asunto de utopías e incertidumbres.

Para nuestros más insignes y preclaros próceres pedagógicos, la educación es el acto concreto de las aulas, social y humanista, político e ideológico, acto concreto en el cual se puede echar mano a los más diversos métodos y técnicas para informar y formar al ser humano integralmente. La pedagogía la consideraban una ciencia que teoriza por su propio camino acerca del hecho educativo y propone ideas aisladas o cuerpos de ideas sistemáticas para comprender ese fenómeno y enrumbarlo por caminos predecibles y conscientes.

Omar Dengo, por ejemplo, afirmaba vehementemente que la educación no podría ser jamás como el vientre de una mula, porque esa educación no es capaz de dignificar ni concebir nada. Nótese, en esta analogía, que el maestro clamaba por una educación como proceso de liberación y de esperanza, una educación como sinónimo y expresión de vida. Se puede inclusive especular acerca de una concepción de la educación deificadora, capaz de concebir vida positiva y perfectible: dar a LUZ. En esta concepción la educación es un parto.

El célebre francés Emile Durkheim afirmó, hace más de cien años que la educación es la socialización de las jóvenes generaciones a través de la experiencia de las generaciones adultas, es decir; la educación es el hecho social concreto de transmitir la información que las generaciones mayores han acumulado y sistematizado para que las nuevas la asimilen y la adopten.

Para el educador ruso Antón Semiónovich Makárenko, la educación es un hecho social concreto, que se ejecuta lejos de las abstracciones metafísicas y debe servir para organizar al ser humano y ayudarlo a integrarse positivamente a la sociedad; para construir el progreso de todos. Su Poema Pedagógico es una teoría sobre la educación que canta al ser humano integral, ligado a la sociedad y luchando por humanizarla y transformarla en un emporio de justicia.

El maestro ucraniano Vasili Sujomlinski, en su obra “Mi corazón es para los niños”, clama por una educación que sea un acto de amor; amor real por lo que hacemos, y, fundamentalmente, hacia quienes de manera temporal son nuestros discípulos.



La justicia:

Afirma el Presbítero Mauricio Víquez, en su ponencia al Congreso Universitario de la Universidad Católica que “(El) reino de Dios (en cuanto utopía y siempre como un ir de menos a más) es el horizonte y finalidad de toda actividad cristiana, personal e institucional; y lo es también de la universidad”[1]. Así ella ha de tener claro que está en función de ese reino y no de sí misma. Es instrumento de denuncia y de desenmascaramiento de todo lo que resulte ser antirreino y ello mediante el correcto direccionamiento de todas y cada una de las actividades propias del ambiente universitario”.

Desprendemos de esta reflexión anterior, que la Justicia es inseparable del acto formador, porque la construcción del Reino de Dios debe ser el propósito y la meta de todos los educadores cristianos. Ese Reino se construye o edifica desde nuestra espiritualidad y se proyecta dentro de las aulas y las sobrepasa. Hacer educación es hacer justicia. Dar educación es dar justicia. Dar justicia es construir paz.

Su Santidad, Juan Pablo Segundo, nos convocaba a construir la “Globalización de la Solidaridad” frente al egoísmo materialista del mercado sin límites; deshumanizado y aliado no de la promoción de la dignidad humana, sino de la destrucción de la VIDA. Y nuestro actual Obispo de Roma, recalca que el capitalismo no es el único modelo válido de organización económica y que el problema del hambre y el ecológico existentes evidencian con claridad que la lógica del beneficio “incrementa la desproporción entre ricos y pobres y la ruinosa explotación del planeta.” Entre otras cosas señala, que el dinero per se “no es deshonesto”, pero que si lo valoramos más que a otras cosas, “puede llevar al hombre al egoísmo ciego”. Aquí se trata, subraya, de usarlo “no sólo en interés propio, sino en interés de los pobres imitando a Cristo.”
El Papa manifiesta, que acerca del tema de la riqueza y de la pobreza, se confrontan dos lógicas económicas: la del beneficio y la de la distribución ecuánime de los bienes, que no estarían en contradicción, necesariamente, siempre y cuando sus relaciones “estén bien ordenadas”. (periódico La Prensa Libre, lunes 24 de septiembre de 2007)

Esta advertencia de Benedicto XVI se da precisamente en el marco de una coyuntura mundial en la cual, las poderosas fuerzas del mercado capitalista pretenden imponer a los pueblos de la tierra, esa lógica egoísta y anticristiana que el Santo Papa denuncia.

En la tarea de entronizar la justicia en el campo de la educación institucionalizada, se manifiesta necesariamente, un “compromiso con la construcción del proyecto – país, inspirado en los principios del humanismo cristiano, esto a partir de la convicción de que solo en Cristo encontramos la verdad plena sobre lo que el ser humano está llamado a ser”, de acuerdo con expresión del Presbítero Mauricio Víquez.

La justicia es trabajar para que el ser humano haga cotidianamente todo lo contrario a lo que denuncia el Profeta Amós. No existe otra para los Seres Humanos. No se trata exclusivamente de la práctica de la compasión, sino de la correcta aplicación de la Ley Justa, y esa Ley es la que emana del Amor y de la misericordia de nuestro Creador.

Para los educadores cristianos, católicos o no, no existe otra alternativa: al amar al prójimo como a sí mismos pensamos justicia, practicamos justicia, propagamos la semilla del Bien Común. No hay otra manera de hacerlo.

Un mundo que cifrara sus expectativas en el dios falso del dinero, es un mundo ciego, y su destino es el imperio de la injusticia. Ese mundo, insensible por demás, destruye la dignidad del Ser creado a imagen y semejanza de la Perfección. Si ese mundo está en manos de aquellos que convocan a sembrar cizaña, a propagar el miedo como forma de conducir pueblos, fomentan el odio y la división, el sentido cristiano llama a destronarlos.


No hay justicia sin distribución equitativa de los bienes. Y el problema de la injusticia no se deriva de la pobreza sino de la riqueza. Es la desproporción social la que da como resultado la enajenación, el hambre, el dolor lacerante; en concreto, ella es la que da como resultado a los Lázaros que mientras esperan las migajas del banquete de los enamorados de la gula, sólo reciben los lengüetazos de los perros miserables.

El Justo…

“Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo.”

Relación conclusiva

La educación y la justicia social están íntimamente ligadas, van de la mano si su propósito es la liberación del Ser Humano. Hemos tratado de mostrar que durante su desarrollo, los pensadores de diversas épocas y territorios, han concebido a la educación como un proceso integral para engrandecer a las personas. Sus propuestas van encaminadas hacia la consecución del Bien Común. No se debe cometer el error de convertir las instituciones educativas en simples fábricas reproductoras de “materia” muerta. También es responsabilidad compartida de las y de los educadores cristianos católicos, asumir ese proceso completo: transmitir contenidos buenos y atizar el fuego de los valores derivados de la ética formulada por el Maestro Jesucristo. Somos Educadores y Educadoras para la concreción de la Justicia. La injusticia esclaviza y denigra. La justicia libera y ennoblece.
La educación en justicia y para la justicia social denuncia, anuncia y renuncia. Denuncia las desproporciones sociales. Anuncia la certeza de la construcción del Reino del Amor. Renuncia a la esclavitud de promover un proceso que domestica y lastima la Dignidad humana. Es eufórica porque se forja en el Credo de la Felicidad que otorga el aceptarse Hijo de Dios, Hermano de Jesucristo; es decir, compañero de la máxima Expresión de la Justicia. Es la educación que posibilita atar a ese diosecillo diminuto del egoísmo para darle paso a la construcción efectiva de la Solidaridad.
La educación y la justicia social deberán ir siempre de la mano, y es humilde, porque entre más sabio es quien educa desde la Verdad del Padre, más claro tiene que su deber es servir de puente para evadir los abismos que construye la injusticia.

“Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”

¡Mayor responsabilidad y honor es difícil encontrar entre los oficios profesionales: denunciar, anunciar y renunciar!


Nota: para escribir este ensayo la bibliografía que se utilizó es la del corazón, el conocimiento y la memoria; salvo las Sagradas Escrituras.