Patrulla Nocturna
Claudio Monge Pereira
Claudio Monge Pereira
Llegué tardísimo, casi a la medianoche; tan cansado que sabía a ciencia cierta que no dormiría ni aunque me pusieran por delante la cama de la Reina Victoria. Pero venía feliz y realizado, después de la última jornada de esa primera etapa de lucha ciudadana contra el tal “Combo” del ICE.
Se había firmado el famoso documento de arreglo entre las partes allá en las instalaciones del Tribunal Supremo de Elecciones, y todos marchamos tranquilos hacia nuestros hogares. Quedaban atrás largas semanas de lucha encarnizada contra la voracidad de los ricos de este país y de los políticos vendelotodo, buenos para nada bueno; superficiales y demagogos como los curanderos colombianos que han invadido las radioemisoras nacionales con programas para ingenuos.
Llamé a Radio Monumental, al programa “Patrulla Nocturna” del periodista José Gabriel Durán Jiménez, y hablé durante más de media hora acerca del significado de esta lucha para enterrar al combo de los políticos - empresarios. Hablé lo más claramente posible, midiendo cada palabra y cada frase; con la intención pedagógica de dejar alguna huella positiva en ese espacio para trasnochadores bellagente. Pero antes de hablar, hice un recuento mental de todo lo vivido en esas semanas, ya que debí esperar casi una hora en línea para poder salir al aire.
Recordé la noche del viernes de Ochomogo: yo venía llegando de San José, era tarde; sin deseos de hacer nada más por ese día me tumbé sobre la cama. Me coloqué los habituales audífonos radiales y escuché en vivo cómo estaban apaleando a los agricultores que habían bloqueado ese paso tan importante. Supe que los periodistas de la emisora trasmitían su visión desde las imágenes de la televisión nacional. Me tiré de la cama cargado de cólera, y al mirar esas grotescas agresiones contra nuestros campesinos, sólo sentí deseos de salir volando hacia Ochomogo a enfrentarme a la policía. De hecho lo intenté pero no me dejaron salir de la casa: mis hijas, como si fueran un ejército inmenso, no permitieron que yo saliera a jugar de Quijote. Lloré como un inútil mi impotencia y mi limitación. Amanecí sentado jurando no escatimar nada para detener toda la porquería neoliberal que se había envalentonado para meterle sus garras, aún más, al pueblo costarricense. ¡Y así lo hice!
Por la mañana busqué entre mis herramientas aquel viejo casco amarillo que compré años atrás para protegerme de accidentes, le pegué la calcomanía de “Icetico” al frente y salí hacia San Pedro. Entré a la Universidad con ese casco puesto y todos se volteaban a mirarlo, y descubrí que esas miradas eran de aprobación. Ya no me lo quitaría más, hasta el día en que el Combo mordiera su polvito de derrota.
Ya ese mismo día por la tarde, aparecieron otros cascos que los universitarios iban a comprar en las ferreterías de San Pedro; y poco a poco ese casco amarillo se convirtió en el pabellón de los que se la habíamos jurado al gobierno vendido del señor Rodríguez.
Todo lo que hicimos giró alrededor del proyecto de ley que se discutía en la Asamblea Legislativa: lo leímos y lo destruimos artículo por artículo. Nos convencimos de que su cara oculta era la privatización de un Patrimonio Nacional; era su entrega a las manos de esa nueva nomenclatura de riquillos nacionales que nunca ha trabajado y que no sabe qué son los cayos. Convencimos al estudiantado de que su lugar estaba en la calle, al lado de los trabajadores del Instituto Costarricense de Electricidad y de los agricultores nacionales; y luego todos nos largamos para los centros de información a recibir más argumentos contra el Combo y a sumarnos a ese nuevo ejército popular que se aprestaba a combatir al nuevo filibustero.
Entonces, convertir el parque de Montes de Oca en auditorio fue una hermosa tarea, y desde sus bancas hacer curul popular y esclarecer a todos los caminantes las intenciones verdaderas de ese proyecto antipopular y egoísta. Luego saltar a las aceras y a la Avenida Central a repartir hojas sueltas y volantes a los conductores de vehículos públicos y privados. Y convencerse ahí mismo que contra el bloqueo mental de nuestros gobernantes se debía aplicar el bloqueo de calles importantes. Así fue como declaramos la Rotonda de la Hispanidad, trinchera universitaria de artillería intelectual contra el Combo de privatización de nuestras riquezas patrimoniales. ¡Y la hicimos vibrar con todo y su horrible mall!
De nuevo las canciones de los años sesenta sonando por los altavoces de las tumbacocos sindicales y estudiantiles; y algo más: los grupos de rock latino, argentino y mejicano, agitando los corazones de viejos y jóvenes con sus mensajes de amor y disconformidad. Ya no eran Quilapayúm y Alí Primera, ni los Mejíagodoy de toda jornada, ni Sólosilvio, ni el breve espacio en que no estás de Siemprepablo; eran otros pioneros en las calles del año 2000 los que con un nuevo lenguaje también le jalaban las orejas a los usurpadores de utopías y de metáforas; para que no fueran tan descaradamente comemierdas.
Por un lado los vendedores ambulantes, casi nicaragüense la mayoría, haciendo su agosto adelantado saciándole la sed y el hambre a los nuevos barricadistas del Ejército Amarillo de la Energía y la Comunicación; como diciéndonos: ¡Mirá compa, yo sé mejor que vos cómo es esta cojonada de enfrentarse al gobierno!, ¡No ves que a mí estas luchas allá en Nicaragua me catapultaron hacia Costa Rica y ahora soy hasta empresario en miniatura; gracias al Sandinismo irresponsable. Y por el otro, los propietarios del Mall San Pedro deseando que se derrumbara el puente sobre nuestras cabezas; tan llenas de ideas contra la venta de la patria y tan seguras de que sólo con barricadas y movilizaciones masivas, se podía detener a los que han fabricado clavos de oro con la tal globalización y modernización del estado costarricense.
Muchachas y muchachos ingresando a la Rotonda desde las calles aledañas a la Universidad de Costa Rica, a sumarse a los trabajadores afiliados al Sindeu que iniciaron esta iniciativa de bloquear ese lugar tan importante para atraer la atención de los que viajan a sus trabajos o sus negocios. O mejor aún, para establecer un centro operativo visible con la intención de que se incorporaran a esa lucha los miles de estudiantes de los colegios y escuelas vecinos. Para que los empleados de tantas oficinas aledañas se metieran en la fragua, y sobre todo los del edificio del ICE, aún timoratos y a la expectativa de lo que calcularan sus dirigentes.
Cientos de volantes de todos los colores, explicando los alcances de cada artículo de la combatida Ley, adornaban los bolsillos de los manifestantes como un arco iris de esperanza. Metros larguísimos de tela amarilla y tijeras confeccionando lazos y todo tipo de signos externos para la gente. Llantas viejas traídas de cuanto lote sucio hay alrededor de la Universidad; además de palos, piedras y cuanta porquería yace por esos lados invisibilizada por arte de la Municipalidad de Gabriel Zamora Márquez. Ramas secas, troncos, chatarra americana, botellas de todas las formas esperando la llegada inminente de la policía de don Rogelio Ram(B)os. Pintas que ahora se llaman graffitis, en todos los espacios posibles, demostrando la innegable calidad mental y espiritual de los enemigos del Combo. En suma, la Rotonda convertida en una enorme fábrica circular de sueños, en la cual hasta los locos inteligentes tenían su oficina.
Marchas y caminatas, encerronas y “paros activos de información” en el famoso Pretil; gentes bien intencionadas en pie de lucha y los vivazos de siempre robando cámara y tratando de figurar a toda costa; gentes de todo tamaño y color manifestando su inconformidad contra un Presidente demagogo y su equipo de trabajo, igualmente mentiroso y descarado. Y descubrimos en todos esos espacios que no se trataba sólo del Combo del ICE: era la expulsión de todo el malestar y el odio que la gente estaba sintiendo contra este Gobierno de los ricos, más descarado y calculador que otros; cuyos voceros hacían gala de una ignorancia supina y de un desprecio olímpico hacia las opiniones populares. Se puede afirmar que era una especie de ahora me saco el clavo por todo lo que estos cabrones han venido haciendo contra el pueblo humilde. Pero también era la muerte descarnada de un campesino dando vueltas alrededor de la cara de boberto de un ministro bobalicón que no sabe ni multiplicar y que constantemente llamaba a los manifestantes “tontosútiles.”
Muchos estábamos bien enterados de la esencia de tan nefasto proyecto, y otros tantos no lo conocían; pero eso no importaba porque lo realmente relevante era la incorporación de todos los sectores populares a esa lucha histórica y memorable. Sonaba en el aire la famosa respuesta que un campesino analfabeto, seguidor de Emiliano Zapata durante la Revolución Mejicana, le ofreció al periodista y escritor gringo John Reed cuando este le preguntó por qué se había enrolado en el Movimiento: “No lo sé. Sólo sé que siento algo muy lindo aquí en mi corazón.” Y esa era la enorme verdad del nuestro; innegable y clara como la certeza de que el Combo sería derrotado.
Nunca antes en nuestro país se había desencadenado una Revolución de tal calibre, cuyos dirigentes éramos todos, con Partido o sin él, con Sindicato o sin él, con Federación o sin ella, con líderes o sin ellos. Una Revolución sin planes, totalmente espontánea y anárquica, en cuyos escenarios asumía el papel protagónico cualquiera que así lo quisiera. El fantasma del viejillo Marx deambulaba con su benévola sonrisa al lado de todos los revolucionarios ticos, y probablemente recordaba su vieja pero increíblemente exacta fórmula: Para que una Revolución triunfe, debe darse una situación revolucionaria, en la cual tanto las fuerzas objetivas como las subjetivas demuestren que han alcanzado su grado máximo de madurez. “¡Tome chichí!”, habría dicho cualquier copero apagased. Ahí estaban las condiciones objetivas saltando y brincando como los peces del villancico. Y aquel sentir muy lindo en el corazón del campesino mejicano era el mismo de miles de costarricenses. Y por otro lado, los sindicatos carentes de metas claras y de liderazgo reconocido en una guerra de hojas sueltas; algunas más llamativas por el color del papel utilizado que por su contenido. Fuerzas objetivas y subjetivas jugando mirón mirón donde viene tanta gente en las rotondas y en las calles. Toda Costa Rica convertida en un Gran Pretil.
Pero lo importante era la demostración de esa inconformidad acumulada, con una aplicación muy a la tica de la situación revolucionaria: “Cuando los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no quieren, es el momento.” Por más represión y más policía carabinera, cualquier intento de imponerle algo indeseable a un pueblo con un reconocido índice de escolaridad, es una tarea suicida que se paga caro y recibe además, feria. No significaban nada las asoleadas terribles, hasta el despellejamiento de narices, orejas y toda parte corporal expuesta; frente al inmenso placer de esperar la caída de los traidores y vendepatrias. No hay cansancio físico cuando el espíritu rebosa de energía y sus comunicaciones con metas superiores gozan de un alto voltaje...
Mientras esperaba mi turno al teléfono, recordé también al par de muchachos borrachos que me trajeron hasta el frente de mi casa. Ya yo literalmente no echaba: semanas de arrastrar los pies por toda la capital, comiendo copos con sirope y empanadas agrurientas, me habían debilitado un poco la doble tracción para subir hasta las montañas del Norte herediano donde vivo. Subía lentamente, pensando en el eterno algún día llego de los caminantes con experiencia; y repetía en voz alta versos de Machado y de nuestro Jorge y de Otto René y de Roque y de Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche...”, “¿Hacia dónde debo huir que no sea mi propia alma, el alma que quería ser bandera en el retorno y que ahora quieren transformarme en trapo vil en este templo de mercaderes?”, “¡Vámonos Patria a caminar, yo te acompaño...”, “Yo no quiero un cuchillo en manos de la Patria...ni un cuchillo ni un rifle para nadie...”, “Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber, lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed.”
“¿Para dónde la lleva ingeniero?”. Para la Mata de Café. “Usted es del ICE...¿Verdad?” Entonces recordé que llevaba bien colocado mi casco amarillo con la calcomanía de Icetico al frente. Soy defensor del Ice les dije, y al rato viajaba cómodamente sentado en el asiento trasero de un confortable automóvil. “No hay que aguantar ni mierda mi viejo con esos cabrones, hay que darles duro porque ya ni guaro se puede tomar...dicen que van a privatizar la FANAL también, y ahí si nos lleva puta a los borrachos...”
Cuando me bajé, los muchachos se resintieron algo por no aceptarles su invitación a “enfiestarme” con ellos. Y se fueron despertando gallinas con la bocina de su carro: “Ice si combo no...”
“Señor – dijo una voz desde San José – hable.”
“Buenos días don José Gabriel, para Usted, para quienes lo acompañan en cabina, y para todos los patrulleros nocturnos. Si me lo permiten deseo referirme a esta enorme lucha del pueblo costarricense contra la mal llamada Ley de Modernización del ICE. Yo me llamo Teodoro y me estoy comunicando desde el cerro Zurquí. Quizás si el ICE fuera una institución privada yo no podría haber esperado tanto tiempo en línea, porque mi salario de trabajador no soportaría el costo por una llamada de ese calibre. No obstante, gracias al ICE estatal lo puedo hacer, porque sino esta llamada me costaría un ojo de la cara. Todavía se puede soportar. Pero además, gracias al ICE estatal yo puedo llamarlo a Usted desde estas remotas montañas y escucharlo nítidamente; hace pocos años eso era sólo un sueño para los habitantes de las zonas rurales del país. Esto me permite llevar mi pensamiento y mi sentimiento a todo el país a través de sus micrófonos y ondas... a mí que soy un sencillo trabajador que no puede pagar taxi porque para eso no da la cobija. Y recuerdo ahora la vez cuando escuché una charla del Dr. Franklin Chang Díaz en la Universidad, y él dijo que siempre sabía dónde estaba Costa Rica cuando circunvolaba el Planeta, por la gran cantidad de luminosidad que la cubría. Y me parece a mí que se debe al ICE estatal... y es más, don José Gabriel, yo he venido observando durante toda mi vida las montañas de Escazú, Alajuelita, Aserrí y todas las de ese macizo; y he visto con estos ojos cómo cada día se enciende un bombillo nuevo sobre sus faldas. Antes se veían potreros de día y tinieblas de noche. Ahora parece un portal; desde mi ventana, en estos precisos momentos mientras yo converso con Ustedes, veo todas las figuras caprichosas que se forman por las variadas direcciones de los tendidos eléctricos. Y todo ello es gracias al ICE estatal. Tienen electricidad y teléfono los ricos y los pobres.
Y les digo algo más: la comida cocinada con leña es muy sabrosa, pero nuestras mamás y nuestras abuelitas se enfermaban de los pulmones de tanto soplar y tragar humo; y hoy tenemos cocinas eléctricas que significan más salud. Ni qué decirle de las computadoras que usan los chiquillos de la escuelita del pueblo, los hijos de peones se la juegan con ellas y ya no los impresiona cualquier vendedor de baratijas o de cuentas de vidrio. Y yo siento que gran parte de la responsabilidad es de los trabajadores en general del ICE estatal: imagínese Usted don José Gabriel, y lo mismo le solicito a todos los patrulleros, qué sería de este país si este Instituto no fuera de todos los costarricenses. Valdrá la pena cambiarlo para que un hijito de papi y de mami pueda ir a un mall con un celular en cada lado de la cintura, como un nuevo conquistador de tierras que ya de por sí son casi suyas... yo, don José Gabriel, me siento muy orgulloso de este patrimonio, lo amo porque vivo su utilidad comunitaria o social; lo siento como parte de lo que es realmente mío en este país y por eso me entregué en estas semanas en alma, vida y corazón a defenderlo. Todo se puede mejorar, y se pueden y deben corregir aquellas cosas que de verdad andan mal para todos y no sólo para un grupo reducido de empresarios tagarotes que desea meter a Costa Rica en su caja de caudales... Y ya para no abusar de su confianza, ni de este maravilloso espacio que Usted me brinda, le quiero contar cómo llegué hasta mi casa hace un rato: Venía caminando desde San José porque el dinero que tenía no me permitió pagar un taxi para llegar hasta este cerro donde vivo. Ya a la altura de San Pablo no echaba pero iba con Dios; que es como ir lleno de utopías, ilusiones y sueños. Y fíjese Usted que el primer vehículo que pasó, a estas altas horas, se detuvo y su conductor me trajo hasta mi casa sin conocerme y con tanto peligro que ronda por las calles. Y sabe por qué se detuvo, don José Gabriel y amigos patrulleros: porque yo traía puesto sobre mi cabeza un casco amarillo con una calcomanía de Icetico, y eso le inspiró confianza a los muchachos que me ayudaron; igual que la confianza que despierta en nosotros los costarricenses, nuestro Instituto Costarricense de Electricidad.
¡Muchas Gracias por este maravilloso espacio don José Gabriel! ¡Buenos días a todos... y recuerden: el ICE no se vende, el ICE se defiende!