jueves, 10 de julio de 2008

PATRIA, EDUCACIÓN Y MAGISTERIO

Patria, Educación y Magisterio

Claudio Monge Pereira

Hace ya mucho tiempo me sucede: cuando debo escribir o reflexionar acerca de nuestro quehacer pedagógico, choco de frente con una duda inmensa: ¿Podemos hablar de educación costarricense o de un sistema de educación nacional?, ¿Tenemos un Sistema de Educación Nacional?, ¿Tenemos educación costarricense? He llegado a concluir que no los tenemos. Yo no podría hablar de una educación costarricense o de un sistema de educación nacional. Esto ya de por sí es una grieta para iniciar un diálogo acerca de lo que se ha dado en consignar como la actividad más importante de nuestro Estado.

Es necesario reconocer que al hablar de nuestro Estado, debemos aceptar que nuestro estimado Estado Social de Derecho está de cuclillas, ya herido de muerte. En su lugar se nos impone uno empresarial y de mercado desaforado, dirigido para su bienestar personal por los empresarios políticos que sólo ven en él un simple instrumento para legalizar sus tropelías históricas y su desfachatez ciudadana. Entonces, debemos ubicar el análisis en ese contexto, porque no es lo mismo analizar lo educativo en un Estado Social de derecho, solidario y ciudadano, que hacerlo en uno de buchones cuya ética estriba en enriquecerse rápidamente y a cualquier costo nacional. Así las cosas, se debe abordar el tema en este contexto y no en otro. No obstante se requiere, para caracterizar la situación, realizar un recuento histórico pedagógico de nuestra evolución pedagógica a partir de la existencia de la antigua Escuela Normal en Heredia.

Recordaremos, aunque sea someramente, que la Escuela Normal era en realidad la más clara expresión de una Universidad Pedagógica en todo el sentido de tal calificación. Aquello era una UNIVERSALIDAD de pensamiento, conocimiento y acción, desde cuyas aulas salía un soplo prometedor y progresista hacia el país, concebido este no como una abstracción sino como una sociedad real y concreta; histórica y en busca de la consolidación de su personalidad pedagógica. El Personal Docente de esa Casa Superior de Estudios estuvo conformado por personas del más exquisito conocimiento pedagógico, comprendido este sobre sólidos fundamentos filosóficos, históricos, sociológicos y psicológicos. Su quehacer siempre se enmarcó bajo la consciencia científica de que al desarrollar su labor pedagógica, estaban actuando en la formación de profesionales que irían a cumplir con funciones ideológicas, económicas, políticas, sociales y culturales.

No es antojadizo ubicar la función cultural de la educación en último lugar, porque esa es la única que desde la óptica reaccionaria y conservadora de quienes ejercen el poder, cumple el Sistema Educativo. Es decir, esa es la tarea que según ellos debe desarrollar exclusivamente, quien ejerce la labor docente. Se nos asigna una función reproductora de cultura, comprendida esta en su más concreta expresión: transmitir conocimientos o materias. O sea, transmitamos lo que otros señalan, pero no nos atrevamos a cuestionarlo; ni mucho menos a cuestionarlo, desbaratarlo o redescubrirlo desde otra perspectiva. La capa de la cultura es la que se deja ver en el farallón geológico de la educación oficial. Lo interesante es que eso se le imbuye al aprendiz pedagógico con tal fuerza, que este llega a creerlo y a practicarlo.

En aquella Escuela Normal el sentimiento, el conocimiento y la praxis eran otros. Se actuaba conscientemente, sabiendo que la formación docente era una tarea histórica de enormes dimensiones, porque se trataba de darle a la Patria, no al país a secas, contingentes de profesionales enamorados de su quehacer y de su ineludible proyección social. Aún en la más elemental de las clases de gramática o de alfabetización, se actuaba ideológica y políticamente. Se trabajaba para reproducir un sistema de valores institucionalmente oficial y para señalar derroteros formativos tendientes a la consolidación de un modelo económico. En una frase: el sistema educativo fortalece y reproduce el aparato ideológico del estado, por lo tanto, si la visión era la consolidación de un estado liberal democrático para bienestar de las mayorías, el quehacer pedagógico coadyuva para darle sus bases ideológicas.

Basta con revisar los escritos de insignes pedagogos como Joaquín García Monge, Roberto Brenes Mesén, Omar Dengo, Carmen Lira, entre otros y otras, para corroborar que su pensamiento pedagógico era y continúa siendo revolucionario. Veamos someramente algo de la esencia de su credo:
…la joven maestra normalista Luisa González, conjuntamente con Carmen Lyra, entendían que la educación es un acto liberador por medio del cual manifestamos nuestro amor hacia la Patria; afirmaban que la Pedagogía, más que un cuerpo teórico más o menos coherente, debería ser una Guía para la acción que rompa los esquematismos y los reduccionismos mentales que promueve la sociedad del egoísmo. La Pedagogía es la teoría que surge del conocimiento de las realidades sociales y concretas del sistema educativo en todos sus ejes y componentes, que le sirve al educador para orientar su quehacer cotidiano, dentro y fuera del aula. La Pedagogía entonces, no es sólo un asunto que se practica dentro de cuatro paredes; es un asunto de utopías y de incertidumbres.

La educación para ellas no era sólo el acto concreto de las aulas, ya que su proyección social y humanista, política e ideológica, rebasa las paredes de una institución. El acto concreto de aula, en el cual se puede echar mano a los más diversos métodos y técnicas para informar y formar al ser humano integralmente, se refleja en la sociedad como un todo. Educamos para domesticar o para liberar. Consideraban la pedagogía una ciencia que teoriza por su propio camino acerca del hecho educativo y propone ideas aisladas o cuerpos de ideas sistemáticas para comprender ese fenómeno y enrumbarlo por caminos predecibles y conscientes.

Omar Dengo, por ejemplo, afirmaba vehementemente que la educación no podría ser jamás como el vientre de una mula, porque esa educación no es capaz de dignificar ni concebir nada. Nótese, en esta analogía, que el maestro clamaba por una educación como proceso de liberación y de esperanza, una educación como sinónimo y expresión de vida. Se puede inclusive especular acerca de una concepción de la educación deificadora, capaz de concebir vida positiva y perfectible: dar a LUZ.

Don Joaquín García Monge remachaba a cada paso que el educador no es un domador, con lo cual ya, en aquella aparentemente lejana realidad espacio – temporal, se clamaba por una Escuela Participativa y por una educación inclusiva. Nótese que al señalar que la educación debe formar y no domesticar y que los educadores no somos domadores, ya se señala que el aula no es un circo ni la escuela tampoco. Refrescando su pensamiento podríamos entonces asegurar que su concepto de acción educativa estaba más cercano al de una orquesta sinfónica: un maestro dirigiendo con armonía a un grupo de seres humanos que ya poseen una verdad histórica, antropológica y epistemológica. No son pizarras en blanco o arcilla para simplemente moldear; son seres sociales dialécticos.

Esa era la esencia pedagógica de nuestra vieja Normal Superior, herencia que se quiso transmitir a la nueva Escuela de Pedagogía que surge al refundarse la Universidad de Costa Rica. Esa tarea se logra durante pocos años, mientras la Escuela es timoneada por discípulos de aquellos Maestros, no obstante desde las fuerzas políticas que irrumpieron con violencia al poder a finales de la década de los años 40, ella era peligrosa para su estabilidad ideológica y política. Fue su primer decano el Dr. Marco Tulio Salazar, insigne maestro costarricense discípulo de Ovide Decroly en Bélgica; por lo tanto portador no sólo de la herencia normalista, sino de los últimos avances pedagógicos europeos.

Posteriormente lo reemplaza la Dra. Emma Gamboa, discípula de John Dewey, padre del Pragmatismo para los Estados Unidos y maestro de latinoamericanos que se formaban a nivel de postgrado en aquel país. Recordemos que esa nación se sentía triunfante de la última Guerra Mundial, y por lo tanto, la poseedora de la nueva ideología que debería imperar en su traspatio americano. Para quienes no lo recuerdan, Emma Gamboa es cofundadora de la ANDE, organización magisterial que nace para contrarrestar el trabajo de otros gremios que ya existían y que estaban plenamente matriculados con la Reforma Social y Estructural promovida por la alianza de los comunistas, los republicanos y la Iglesia Católica. Ese nacimiento de la ANDE no es fortuito ni producto de una emoción espontánea: es el resultado de un serio y exhaustivo proceso ideológico y político de la nueva fuerza ya en el poder. Del otro lado estaban Carmen Lira y sus compañeras normalistas.

La Escuela de Pedagogía es transformada en Facultad, y ya más adelante, en Facultad de Educación. Aparentemente es un cambio de nombre, pero no, va más allá: es un cambio no sólo de guardia sino de ideología. Es un golpe de estado oficial contra la Pedagogía de extirpe y herencia europea, que era la que signaba nuestra formación docente y orientaba su desarrollo por senderos humanistas y comprometidos con las transformaciones sociales. Se pasa de la pedagogía a la educación y de ahí al currículum. O sea, la formación docente más centrada en las posibilidades individuales y cifrando sus expectativas en el amparo de las técnicas. Ya no más el educador como científico de la educación, es decir, un Pedagogo, sino como un técnico instructor centrado en la simple transmisión de lo cultural; como si lo cultural fuese a – histórico y des – ideológico.

Se da entonces una etapa de varias décadas de trabajo en esa línea, y la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, que era la única, trabajó arduamente en la titulación de algunas generaciones de educadoras y educadores marcados por el higienismo, la puericultura, la transmisión de información y su calificación. La mayoría de estos asumieron su papel de reproductores de los mitos democráticos con suma complacencia, y algunos de ellos y ellas llegaron a puestos altos en el Ministerio de Educación, desde donde promovieron la aplicación a ciegas de políticas reproductoras que consolidaran la ideología imperante. Un Ministerio que crece como elefante blanco, repleto de funcionarios familiares y manoseado hasta el impudor por los políticos de turno que imponen nombramientos y vetan a excelentes prospectos pedagógicos. Nace la época en que el partidario mediocre desplaza al adversario competente. Esa época no puede abordarse sin aludir a los acontecimientos internacionales que sacuden el mundo y que nos afectan de muchas maneras: la Revolución Cubana, el retorno del exilio costarricense, Tlatelolco en México, el 68 francés, Lumumba en el Congo, el Che Guevara, la Alianza para el Progreso, el asesinato de Kennedy, entre otros. Es el nacimiento de la nueva efervescencia ideológica que recorre América Latina: se pone de moda la Revolución.

Entonces, iniciando la década de los años setenta, pasan a formar parte del personal docente de la Facultad, la única existente, algunos graduados propios, y a mediados, otros graduados en Europa y algunos países del continente americano. Esto, más el efecto de los acontecimientos apenas señalados, marcará una etapa novedosa en la formación docente. Otros pensamientos llegan para refrescar el quehacer educativo, y aunado a esto, profesionales en Ciencias Sociales graduados en Francia y otros países europeos, promueven la renovación universitaria durante su Tercer Congreso. Las modificaciones que se plasmarán en su Estatuto Orgánico, serán el marco conceptual institucional que posibilitará un viraje hacia posiciones más progresistas. La Universidad se transforma en la Casa que promoverá “las transformaciones que la sociedad necesita, mediante el logro del bien común”, por medio de la formación de profesionales comprometidos con la patria.

Se inicia con estos hechos, un proceso de reflexión interna en la Facultad de Educación, ya dividida en escuelas especializadas (Formación Docente, Administración Educativa, Orientación y Educación Especial; posteriormente Bibliotecología y Educación Física), que significará modificaciones y reformas a los Planes de Estudio. Se impartirán nuevos cursos como Sociología de la Educación, Epistemología, Fundamentos Históricos, Realidad Nacional, Economía Política de la Educación, Teoría de la Educación, y entre otros, PEDAGOGÍA, que ya había desaparecido del lenguaje oficial. Deviene entonces esto en la formación de varias generaciones de educadoras y educadores con una visión más amplia del mundo. Esto significa que se rompe el esquema curriculista para hablar de pedagogía. Significa alcanzar que algunas nuevas generaciones de educadores se habrán formado recibiendo la influencia de otras visiones de mundo; más amplias y más ligadas a la ruptura de intromisiones foráneas en lo teórico.

Ya desde el siglo pasado se había demostrado que la influencia europea sobre nuestra formación docente era palpable. Imperaba la pedagogía de corte liberal e inclusive la más revolucionaria a través de las diversas escuelas que iban surgiendo en el panorama educativo: no sólo Pestalozzi, Froebel, Kershesteiner, Durkheim, Montessori, Decroly, sino también los rusos Krupskaya, Makarenco, Sujomlinsky, Lunacharski y otros, sin olvidar la poderosa influencia del inglés Alexander Neill y su escuela contestaria de Summerhill; y los Freinet en Francia con su Pedagogía Popular.

Estas generaciones de científicos de la educación, ahora concientes de su papel histórico dentro del Sistema Educativo, reinician el surgimiento de líderes magisteriales de nuevo cuño que se insertan a los diversos frentes gremiales para exigir la participación real del educador en los destinos de su quehacer. Se trata de un educador más incómodo, menos sumiso, mejor polemista, más valiente y con un atrevimiento irreverentemente respetuoso fundamentado en un buen bagaje científico y un amplio conocimiento de sus derechos ciudadanos y humanos.

Mencionaremos sólo de paso la fundación de la Universidad Necesaria, hoy UNA, hacia la cual según se afirma, se da una fuga de cerebros de la UCR; según algunos observadores, precisamente de aquellos que eran considerados “incómodos” en esa casa de estudio y era necesario exportar. En alguna medida este éxodo académico y científico, tendrá sus repercusiones negativas en aquella unidad académica que hacía muy poco formaba docentes exclusivamente. Lo mismo se da con el surgimiento de la UNED y la duplicación de los Planes de Estudio de la UCR. Ahora tendremos tres facultades formando docentes, administradores y otras especialidades. Ni qué decir con el festín de la proliferación de centros privados sin ninguno o con mínimos controles, muchos de los cuales fueron refugio para la piratería de programas que luego fueron desmejorados. Para mi modesto entender, en esta etapa nos encontramos.

Ahora bien, he afirmado con esto que ha llegado la hora para el Magisterio Nacional. La hora de pasar a jugar el verdadero papel protagónico que surgió y se dio en la época de oro de la Pedagogía Costarricense: los tiempos de la Normal Superior. Eso se viene manifestando en el trabajo pedagógico que desarrollan a lo largo y ancho del país, esas generaciones de educadores y educadoras que ya he señalado. A partir de su conocimiento científico de la realidad pedagógica, de la política y del desarrollo nacional, estas personas han asumido roles más beligerantes y despliegan su trabajo más allá de las cuatro paredes institucionales. Hoy día están más ligados a gremios, a Comités Patrióticos, a grupos de reflexión, a Fuerzas Vivas comunales, y también, el avance científico tecnológico los ha tocado y se han capacitado o autocapacitado para dicha de su conocimiento y el de sus estudiantes.

Se puede afirmar que asistimos al surgimiento de una especie de situación revolucionaria, que es cuando los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no queremos. O sea, los de arriba ya no pueden seguir gobernando a su antojo o desgobernándonos, y los de abajo, nosotros, ya no deseamos continuar desgobernados o ser gobernados con memorandos intimidatorios o mentiras. Si nos remitimos a los acontecimientos de la Costa Rica de los últimos seis años, notamos que la mitad del país rechaza la imposición de un esquema neoliberal que conlleva una educación “domadora”, sumisa y domesticadora; castradora y alienante. Según datos de expertos, la diferencia en la votación entre el primero y segundo lugar en las últimas elecciones nacionales, fue de dos votos por mesa. Aseguran que esa diferencia es un asunto de capacidad logística y experiencia para movilizar. Ya hay provincias donde las posiciones oficialistas son derrotadas y otras donde esa impera por su bajo grado de escolaridad.

El magisterio está llamado a encabezar las más importantes manifestaciones de transformación nacional. Su tarea es la de ser líder de las propuestas más serias y contundentes que nos dirijan hacia una Costa Rica inclusiva y progresista. La Costa Rica mejorada de aquellos próceres nacionales, todos y todas maestros y maestras constructores de la Costa Rica noble y en crecimiento progresista que heredamos: Omar Dengo, García Monge, Brenes Mesén, Gagini, Anastasio Alfaro, Marcelino García Flamenco, Carmen Lira, Luisa González y un ejército de maestras y maestros anónimos que forjaron la Patria de costa a costa y de frontera a frontera. Para mi ha llegado el momento histórico de asumir, desde la organización magisterial, la tarea de anunciar una nueva educación para una Patria Nueva. Superamos la etapa de denuncia por la del anuncio. Esta es la década para anunciar el nacimiento de la nueva escuela y del nuevo Magisterio Nacional.

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