viernes, 24 de agosto de 2007

¡A Usted... Mincho!


(San Isidro de Heredia, 12 de julio de 2007)


Lo he visto varias veces en vivo que llaman ahora, cuando uno tiene la oportunidad de encontrarse adrede o fortuitamente con una persona pública y famosa. La primera vez fue en la gradería de sombra del Estadio Saprissa. Se jugaba un partido entre el Club Sport Herediano y el Deportivo Carmelita. Y mi pequeño hijo y yo fuimos a dar a esas graderías gracias a un solemne e inesperado aguacero. Lo digo porque yo siempre he militado en la gradería de sol, desde que nací allá en las tierras coloradas de mi natal Grecia y hasta que muera, tostado y sencillo al lado de mi pueblo. Como no llegó mucho espectador a mirar ese partido y llovía tanto, abrieron el portón que separa a la crema de la nata y corran todos a guarecerse. Yo no sé si ya Usted estaba allí sentado o si entró como nosotros, lo importante para este relato es que se sentó a nuestro lado. Siempre admiré esa manera valiente y gallarda con la que Usted viste la ropa de su pueblo, y aquel día no fue la excepción. Departimos durante el resto del partido. ¡Qué humilde me pareció aquel hombre que yo admiraba tanto por su coraje como jugador! Y no sólo como un simple jugador, sino como ese jugador que en Costa Rica no existe o no lo vemos: el Patriota que deja su corazón y su sudor en la cancha por amor a su tierra y no por los dólares superficiales. Esa fue la primera vez que lo miré a Usted, don Benjamín Mayorga. Durante mi trayecto de regreso a San Isidro de Heredia, le relataba a mi hijo sus heroicidades como defensor de los colores patrios allá en Italia.

La segunda vez que lo miré a Usted en vivo fue en las calles de San José, en un Desfile de los Trabajadores el Primero de Mayo. Yo, que asisto a esos desfiles desde que tengo uso de razón y Usted no había nacido, sentí una enorme alegría al verlo caminando al lado de los pobres y humildes de esta tierra. En otras ocasiones, para esa misma fecha, yo había visto por esas calles a una sarta de oportunistas que buscaban sólo fortalecer sus intereses con populismo y demagogia: Calderón Fournier, Miguel Ángel Rodríguez con llamativa camisa roja, futuros ministros de trabajo y diputados. Todos ellos, lueguito no más, se olvidaron del pueblo y no volvieron a los desfiles.

La tercera y la cuarta vez que lo miré a Usted fue también por las calles de San José , marchando con su gente contra esta vergüenza que los ricos y los ignorantes llaman TLC, pero que es una mampara para destruir a Costa Rica. Usted a mí no me recuerda porque yo soy un simple ciudadano que va por este mundo de la mano de los pobres y de los humildes, sin aspavientos ni burdas pretensiones. Pero yo a Usted siempre lo recuerdo y lo respeto mucho. Me lleno de orgullo nacional siempre que lo veo, y furtivamente me acerco para poder darle un apretón de manos y hasta un abrazo.

Fíjese que yo escribo esta simple reflexión por puro respeto y cariño que le tengo a Usted y a su pueblo; que también es el mío. Pero también lo hago por la malacrianza de don Hernán Medford (ahorita nos sé si es más bien Mr. Med Ford o Von Medford o Sir o Lord, qué sé yo); por ese irrespeto que la ignorancia hace vomitar a los palurdos. Yo a don Hernán sólo una vez lo miré en vivo. Fue en el hotel La Condesa en San Rafael de Heredia. Yo estaba ahí por asuntos ambientales en un foro de esos que convocan los “ambientalistos” que llamo yo. Alguien dijo que el Lord de Ébano andaba por ahí y entonces yo hice una apuesta con un amigo mío muy envenenado, herediano. Me le acercaría y le pediría su autógrafo inocente y reverentemente. Fui y me le atravesé por su real camino. Sir Hernán me miró de pies a cabeza como si yo fuese un microbio, y eso que yo sin los tacones de acomplejado que él usa soy más alto aún. Con su mirada cargada de desprecio, él me hizo recordar un viejo episodio de mi vida estudiantil allá en las Europas. Había un pequeñísimo ciudadano de la República Africana de Burundi. Su color era casi morado y se parecía mucho a un ave llamada kiwi, apodo que mis amigos alajuelenses de inmediato le calzaron. Pues resulta que este amigo africano, siempre que me topaba en algún lugar de la Universidad o de la Residencia, se postraba sobre el piso y me hacía unas reverencias tan repugnantes que un día tuve que apañarlo y preguntarle por qué lo hacía. Me dijo que allá en su país, ante los hombres blancos y altos como yo, había que inclinarse y reverenciarlos. Me costó mucho convencerlo de la inutilidad de ese ritual pero lo logré. Luego fuimos entrañables hermanos y en broma yo lo cargaba sobre mis espaldas y lo paseaba por los corredores burlándonos de los esclavistas. Mi amigo pasó de ser la gallina que picotea el suelo al Águila liberada que surca los cielos. Pues en el hotel La Condesa, ante Von Med Ford y su resentida mirada camuflada de vanidad, yo me sentí como mi viejo amigo “Kiwi! Yo estaba de rodillas sobre el piso y el Buana Jim era un entrenador de pelota. Le gané la apuesta a mi amigo: le cambié la hojita autografiada por un litro de escocés, y mi amigo también logró su cometido: Le clavó los alfileres a la firma del Rey contra el piso de su casa y tome chichí…Herediano 3 y Saprissa 1. A lo mejor en estos días de TLC negocie con mi amigo el amuleto medformiano. Gracias a la providencia, jamás he vuelto a ver en vivo al Sir, sólo sé por la TV que a él le fascina y lo ciega, que gusta de tirarle su carro encima a los niños indefensos. También sé que ahora es “el profesor Medford”, y viera Usted don Benjamín Mayorga, yo trabajé formando profesores y profesoras en la UCR durante casi cuarenta años y jamás lo vi en sus aulas. Le he preguntado a colegas míos de las otras universidades serias y tampoco lo vieron ni en los cursos que se llaman “libres”, o sea, que no tienen requisitos. Aunque pueda ser que a Don Hernán lo hicieron “profesor” en la Facultad de Ciencias Ocultas de la Universidad Arqueológica Subacuática Saint Rin Tin Tin. Pero eso no viene al caso, aunque el “profesor” jamás se quite el birrete que dan en esa universidad: ¡la típica gorra yanqui!

Finalmente, don Benjamín Mayorga, comparto con Usted este deseo. Yo soy profesor jubilado de la Universidad de Costa Rica. A ella llegué con dos títulos de grado y uno de posgrado. Luego ella me otorgó otro, de posgrado también. A mi padre zapatero y a mi madre cocinera de hospital no les costó un cinco mi formación profesional. La pagó mi generoso pueblo con su Estado Social de Derecho. Ese fue el mejor TRATADO que firmaron mis antepasados para asegurar el futuro mío, el de mis hijos y el de mis nietos. Pero le decía que quiero compartir un deseo: el deseo de heredarle a Usted eso que llaman “ser Catedrático”, categoría muy honrosa que no sólo se gana con títulos sino con mucho HONOR, y por lo que le he contado en esta carta, Usted para honra de Costa Rica hace derroche de él. Yo como persona mayor puedo heredar lo que desee. Entonces lo hago, porque sé que en sus manos y en su corazón, estará en el mejor lugar. No así por el otro camino, el de la anemia de conceptos y profusión de adjetivos vacíos; comparsa anodina de esbirros, testaferros y alfombreros; buscadores baratos de filias y fobias cuya diligencia es propia de las sectas o de las mafias, cuyo círculo “cultural” hegemónico se babea recusando la complacencia y el vasallaje ante sus amos del Norte.
¡Este abrazo para Usted, Don Benjamín Mayorga!

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