sábado, 9 de febrero de 2008

El niño, el santo y el mar

El niño, el santo y el mar: Bella obra literaria de don Hernán Elizondo Arce

Claudio Monge Pereira




De mi retina no se desprende la imagen de don Hernán…sus ojos me miran con esa dulzura de panales y me invaden de amor. Y por alguna fuerza poderosa, si veo más allá, encuentro los ojos de Fray Casiano de Madrid; aquel Santo que anduvo entre nosotros sin que lo determináramos siquiera.

Esta novela corta de don Hernán, acompañada por algunos cuentos de su inspiración, fue publicada por nuestra Editorial en el año 1980, y su edición de 3.000 ejemplares se agotó hace ya mucho tiempo. Por ello su segunda edición era totalmente necesaria, ya que se trata de una obra clave en la literatura costarricense del siglo pasado, para que las nuevas generaciones de lectores tengan la oportunidad de mejorar sus bibliotecas domésticas con esta joya que don Hernán Elizondo Arce obsequió a las letras de la Patria, y además, enriquezcan su cultura como ciudadanos.

Nuestro escritor es un maestro del relato corto, lo cual logra con mucho acierto, permitiéndole a los lectores enamorarse de lo narrado o de sus personajes. Esa particularidad no sólo se comprende por las tramas interesantes y cautivadoras, sino por la poesía que el escritor sabe impregnarle a sus relatos.

Antón Páblovich Chéjov gustaba decir que la brevedad es la hermana del talento, y él mismo lo demostró con su obra literaria de páginas cortas y significados largos. Y así es esta colección de relatos: breves, agudos, incisivos, profundos y de un poder significativo que envuelve a los lectores para obligarlos a pensar la vida y sus avatares.

Cada uno de los relatos que componen este tomo, está impregnado por la magia de la pluma ágil y perspicaz de don Hernán, a tal punto que con su lectura no sólo conocemos la historia de un ser humano, sino que además nos enteramos de las desdichas de un pobre perico que pierde su libertad o de una urraca que desea volar hasta el cielo teniendo plumas de plomo. Tanto el concepto de libertad como el de pertinencia real, son tratados con la delicadeza deliciosa del escritor avezado, pero en este caso, le sumamos el profundo conocimiento psicológico y sociológico del autor; cuestión fundamental que hace de cada trabajo acabado una obra particularmente atractiva y conmovedora. El perico no es solamente eso, es un ser “exiliado del llano” que nunca dejó de serle fiel al recuerdo de su tierra, y además, “ siempre tuvo hambre de campo abierto y nostalgia de espabeles.” Y la urraca nos recuerda a esas personas que sin tener ni la capacidad ni el don para una tarea o misión, con su osadía ignorante nos estropean el mundo en que vivimos. Cuántos seres humanos pululan por esta tierra con nostalgia por sus orígenes cercenados y birlados, como el campesino despojado de su parcela por los nuevos latifundistas camuflados de empresarios turísticos, “desarrolladores” de riqueza transnacional y productores de pobreza nacional. Entonces, es cuando el despojado añora su terruño y todo le huele a recuerdo de tierras roturadas y semillas al acecho. Así mismo, ese ejército de atrevidos que hoy pululan por las aulas y por las oficinas simulando saber hacer lo que no pueden hacer, porque los dones y las vocaciones se traen innatas y no se pueden usurpar ni con títulos dudosos ni con la reverencia risible de quienes les siguen la corriente para divertir tragicómicamente al resto de la sociedad.

La injusticia, el misterio, el humor, el suspenso, la revelación y el advenimiento de una nueva conciencia, son ejes que se nos revelan en estas obras de don Hernán Elizondo; este maestro narrador que hace de la pluma un cincel acucioso que penetra el granito de los corazones humanos, tantas veces indiferentes ante la tragedia y el dolor ajenos. El maestro Elizondo Arce es un poeta que no se puede esconder ni siquiera cuando cultiva otros géneros, porque para él la metáfora es un asunto forjado fácilmente por el mazo de su lenguaje y su pensamiento. Don Hernán nos poetiza sucesos y hechos, dándoles esa frescura diáfana de los arroyuelos de montaña que alegran la vida de todo ser que se les acerca. Y lo hace de manera natural, no hay en esa tarea ningún esfuerzo trabado ni árido; por el contrario, esas figuras surgen en su escritura tan naturales como las rocas se van asomando al paso de las aguas que bajan de las montañas. Sin ellas los ríos cantan una sola canción, con ellas, en cambio, la polifonía de de las espumas y las corrientes se manifiesta con una dulzura tierna, tibia y apacible.
También debemos destacar la capacidad del escritor para atrapar nuestra atención desde el inicio mismo del relato, los cuales se transforman en imanes atractivos y sugestivos para nuestro gusto estético y en bálsamo de nuestros sentimientos humanos.

De manera natural nos sentamos en una banca o en un poyo de pueblo para escuchar la voz de Fray Casiano de Madrid, o la de Francisco, padre e hijo en la vida escogida por uno y en la desgracia redimida al fin para el otro. Y caemos en la cuenta que cumplió muy bien don Hernán su promesa de escuchar la solicitud del Santo: nos da una obra magistral por su sencillez y belleza; por el delicado encaje literario que se surce solo a nuestra piel de lectores. En la obra de don Hernán Elizondo, este Fraile maravilloso y bueno, nos recuerda a aquel santo que recorría las calles del mundo pidiendo para sus niños abandonados por la sociedad indiferente, y al recibir de un avaro rico el escupitajo en su rostro en una ocasión, le dijo: “¡Bueno…eso es para mí! Ahora, ¿Qué me vas a dar para mis pobres niños?”

La relevancia de esta obra no sólo radica en su belleza, sino y más allá, en su encuadre actual dentro del panorama de la realidad costarricense. Porque sí son demasiados los niños y las niñas que deambulan por las calles, abandonados por su padres y por nosotros. Les llamamos eufemísticamente “niños de la calle” para evadir nuestra complicidad con un régimen que abusa de la palabra pobreza en sus discursos, sus planes y sus programas; pero que no logra comprender que el problema real no es la pobreza sino la riqueza. Son su distribución indebida y anticristiana, la madre y el padre de toda la infancia que hoy nos obliga a sonrojarnos, antes que a cerrar nuestros ojos indiferentes.

Por eso son tan necesarios esos santos como Fray Casiano, porque mientras las causas del abandono y la injusticia perduren, tendremos que cifrar la esperanza en el ejemplo de estos seres humanos gigantescos que dándolo todo, renuncian a la nada de una vida sin sentido. Don Hernán nos abre los ojos con su obra y nos recuerda que el corazón debe ser inteligentemente amoroso.

La Editorial Costa Rica, cumpliendo con su misión, pone una vez más en las manos de los costarricenses esta obra bellísima del escritor consagrado, que jamás abandonó su humildad frente a los demás y más bien, reforzó su razón de ser ante la historia patria y la sociedad costarricense.

San Isidro de Heredia, abril de 2007


Claudio Monge Pereira
Presidente de la Editorial Costa Rica
y de la Asociación de Autores de Obras Literarias, Artísticas y Científicas de Costa Rica

1 comentario:

pepy dijo...

Con tremenda alegria he recibido este libro, que es una joyita literaria, en Santiago de Chile. Su remitente, el mismísimo autor que me lo dedica como un homenaje al nuestro reencuentro despues de casi 40 años.-
Es lo primero que leo de él y he quedado encantada por la limpieza de su escritura, por esa capacidad de escribir una novela o un cuento, todo en prosa y sin embargo a pura poesía.-
Felicitaciones por la reedición, sin duda que era necesaria.-
PERCY XIMENA NEIMAN H.
CHILE