viernes, 15 de febrero de 2008

LA LECTURA SE FORJA

La lectura: un poder forjado en el yunque del placer

Claudio Monge Pereira

Era yo un niño aún y ya soñaba con los libros que podría llegar a tener. Por aquellas manos pasaban Mi Hogar y mi Pueblo y el Paco y Lola, y ellos eran tiernos y agradables. Se puede afirmar que los amábamos. Eran libritos en ediciones sencillas y humildes, en papel periódico; pero nos atrapaban con una magia que por aquellos años no descifrábamos.
Más tarde, años después, llegamos a descubrir la causa que cimentaba ese amor desmedido por ellos y su contenido. Pero pasaron muchos días para encontrar la verdad.
Aquellos eran años difíciles para las familias obreras, sobretodo si eran numerosas como la nuestra: ocho hermanos y algunos primos que venían desde Grecia a sobrevivir con nosotros; un papá zapatero, una madre cocinera de hospital y una abuela mágica que constantemente acarreaba una bolsa de mecate repleta de frutas y chayotes para la supervivencia de la tribu familiar. No había recursos para comprar un solo libro, ni periódicos ni revistas. Algunas de estas últimas, las ganábamos en apuestas infantiles, por lo general ligadas a la fuerza física para competir en algún juego. Y una vez ganada, se convertía en un tesoro familiar que pasaba de mano en mano hasta que su contenido lo sabíamos de memoria y sus páginas ya se habían gastado.
A partir de 1960, comenzó a circular por nuestra casa una revista llamada “Bohemia”, que luego supimos, venía desde Cuba. Y de Cuba se hablaba mucho, porque unos muchachos barbudos y de pelo largo habían tumbado a un tal Batista y ahora todos hablaban de Fidel. Esa revista de papel periódico, fotografías en sepia y engrapada, pasó a ser lectura obligada para todos.
Aquella era nuestra biblioteca: papel amarillento y fotografías que al ser tocadas manchaban los dedos, hasta que por su frecuente uso se secaban o se gastaban. No había libros repletos de colores llamativos, ni estampas en aquella casa; ni tampoco en aquella Escuela. Probablemente las enciclopedias ya existían, pero no para las gentes de los Barrios del Sur de la Capital.
Entonces, si esa era la realidad cotidiana, por qué motivos amábamos los libros y sus contenidos con tanta pasión; por qué los buscábamos y hasta los peleábamos en competencias, por qué estábamos dispuestos a sacrificar hasta lo que no teníamos por obtener un texto escolar, una revista o un libro.
Crecimos un poco y llegó el primer año del colegio. La situación económica era la misma, pero la Madre y el Padre hacían enormes sacrificios para comprar por lo menos el texto más importante. Ese texto pasaba de mano en mano, porque con su ayuda estudiábamos todos los hermanos, hermanas, primos y hasta algún vecino aún menos privilegiado que nosotros.
A los trece años descubrimos que por el Paseo Colón había unas bellas casas con banderas de otros países en alguna parte de su fachada. Supimos entonces que eran embajadas, y como corrían otros aires por el mundo, uno podía entrar como si nada y le regalaban cantidad de folletos y libritos que destacaban las bellezas de esos países. Nos convertimos en asiduos visitantes de esos pedacitos de patrias extranjeras. Sin darnos cuenta ya poseíamos bonitas colecciones de historia de esos países. No había televisor en nuestra casa, pero por aquellos folletos conocíamos el lejano Brasil, México, Venezuela, Argentina; Europa. Maravillosas cataratas, ríos inmensos, selvas, desiertos, lagos, pirámides y cientos de monumentos. Y sobretodo, pueblos con trajes diferentes, colores distintos, bailes diversos, instrumentos variados y muchas cosas que inclusive se parecían a las nuestras. Todo aquel material nos sirvió para que nuestras tareas escolares fueran más bellas. Incluso en las Embajadas pedíamos, con ayuda de alguna mentirilla, dos ejemplares de cada folleto o librito; para recortar uno y conservar intacto el otro. Eso era bello y nos proporcionaba inmensa alegría.
Conforme avanzamos en la pirámide escolar comenzamos a experimentar nuevas situaciones. Una de ellas, quizá la más terrible, fue enfrentarnos a una realidad incomprensible que se fue tornando odiosa: había que leer por obligatoriedad o por temor al fracaso académico. La lectura era un medio que se usaba para reprimir nuestro deseo de aprender por placer. Había que leer, porque en unos exámenes se nos obligaba a contestar las cosas más inútiles o superficiales que a un profesor, o a una profesora, se le ocurrían. Entonces se debía memorizar aquello sin amor, para soltarlo en una prueba de memoria: atrás quedaban botados el placer y el amor por la lectura útil para la vida cotidiana. “Había que cultivar la inteligencia para el futuro”, decían.
El Sombrero de Tres Picos pesaba toneladas sobre nuestras cabezas. Las Bodas de Sangre eran un crimen. El Lazarillo de Tormes un salado. Marianela una carga. María otra. El Licenciado Vidriera una botella. Gustavo Adolfo una golondrina que no hacía verano. Y Don Quijote... un cliente fijo para el Chapuí. Fue cuando se agigantaron Pilo y el Enano, el Muñeco de Maní, Medio Pollo, la Gallina Enana y el Gallo Zancón. Nosotros pasábamos a imitar a una pareja de abejoncitos, que recién casados, se fueron a vivir en una cebolla: se iniciaba una especie de llanto.
La lectura se había convertido, por medio de la varita mágica de la Pedagogía oficial, en un tedio; una molestia divorciada de nuestro contexto. Era ya, un texto sin contexto.
Se hizo necesario militar en grupos diversos para leer por puro gusto: la iglesia protestante, el grupo juvenil, algún círculo de poetas y aprendices de escritor. Había que buscar fuera del aula cotidiana, aquello que otrora fue una verdad: el placer de la lectura.
Vinieron los años duros de estudios universitarios, y entre otras cosas, tomamos la decisión de estudiar Literatura. Deseábamos comprobar, desde adentro, cuál era la magia utilizada por los formadores de profesores de Castellano y Literatura; para lograr en tan corto período que los estudiantes en las aulas formales escolares, odiaran con tal fervor la Lectura y la Literatura.
La profesora de mi primer curso, una gran Doctora en Crítica Literaria formada en Francia, me replicó de inmediato al plantearle mi inquietud: “¡Excelente... ahí tiene ya Usted su tema para la tesis!” , y la respuesta se quedó esperando hasta el día de mi graduación con honores en Literatura.
Comprobé que ahí mismo, dentro de la Academia, se reproducía el mismo esquema colegial: Leer por cumplir una tarea. Barthes leído para responderlo en una prueba. Y el placer, que esperara en el asiento del autobús; o quizá a la noche, para cabecearlo un rato antes de entregarse a Morfeo.
Pasamos luego a la etapa de padres y madres de familia responsables, y comenzamos a supervisar las tareas de nuestros hijos escolares y colegiales, cuando no, a resolvérselas directamente.
Encontramos cosas tan deprimentes en relación con la lectura que terminamos solidarizándonos con todo el estudiantado. Tenían que leer para una comprobación de lectura, que cuando no era francamente superficial era idiotizante.
Primer ejemplo: “Única mirando al mar”, de mi dilecto amigo, Fernando Contreras. Preguntas para comprobación de lectura:
A) En un colegio público prestigioso de Moravia, cuyo nombre me reservo por respeto a su trayectoria: ¿ De qué material hicieron su arbolito de navidad los buzos de Río Azul?
B) En un colegio privado de Sabanilla, igualmente tan prestigioso como el anterior: ¿ Qué podemos hacer para ayudarle a los buzos de Río Azul?

En el primer caso no hubo respuestas correctas, y sí, muchas blasfemias por parte de los estudiantes, que se sintieron burlados después de haber disfrutado de la lectura de “Única”. Hubo burlas y promesas para no volver a leer. Se propusieron los estudiantes, comprar el resumen de lecturas que venden en la “Mini”, para pasar los exámenes de comprobación de lectura.
En el segundo caso, la respuesta más alabada por la profesora fue la siguiente: “Dejar algo de leche en los empaques “tetrabrick” y un poquito de pasta en los tubitos.” Pero lo más triste no fue corroborar la superficialidad o la mofa en esta respuesta, sino el hecho verídico de que la respuesta fue evaluada como buena.
Los ejemplos narrados nos obligan a pensar también en las infaltables preguntas bobaliconas y superficiales que se practican en las aulas. Muchas al estilo de nuestros juegos infantiles para atrapar bobos:
¿ Para dónde iba Napoleón Bonaparte cuando se cayó del caballo?, o quizá esta, ¿ De qué color era el caballo blanco de Napoleón?
Una profesora de español y literatura me relató su frustración, después de haber ayudado a sus hijas a prepararse para las pruebas de comprobación de lectura. Después de los resultados ella sufrió los reclamos de sus muchachas, los cuales casi rayaban en improperios que acusaban su “ignorancia” como profesora. A la chicas les fue como a un quebrado porque no supieron las respuestas.
En un caso se trataba de “Marianela”: “Marianela nació en día de difuntos... ¿Cuál es entonces, el día de nacimiento de Marianela? En el otro se trataba del Lazarillo de Tormes: ¿Cómo se llama el hermano menor del Lazarillo? Y esto sucede en un destacado colegio privado religioso de San Pedro de Montes de Oca.
Una alumna del Liceo Laboratorio me dijo en una ocasión, que a ella le encantaba Debravo y que ella amaba la poesía; pero que eso se vino abajo cuando la pusieron a sacar gerundios y adverbios en un poema acerca de la Paz. Me dijo que ella juraba que iban a realizar una reflexión acerca del profundo mensaje del poeta, porque la situación de la violencia se ha tornado insoportable en el mundo que ella vive a diario. Pero no hubo nada de eso. El fondo profundo de la poesía se quedó como un rescoldo asentado de cualquier cosa.
Imagínense Ustedes: Jorge Debravo para ser estudiado con vocación odontológica. De la estrofa que dice: “No te ofrezco la Paz hermano hombre/ porque la paz no es una medalla/ yo te ofrezco que salgamos a conquistarla/ aunque tengamos que despedazarla.”, saquen los verbos y los adverbios. Y en esa práctica, dizque pedagógica, todo se circunscribe a un sacar; como en una odontología pedagógica que pretende dejar desdentada la poesía. La metáfora desterrada de las aulas. Fuera la posibilidad de soñar y de visualizar las utopías juveniles, o simplemente, Humanas.
Afirmé al iniciar esta reflexión, que el texto sin en el contexto se había entronado en las aulas, pero en honor a la verdad, eso no sería tan grave si se tratara de un Rey o una Reina al estilo moderno; cuando estas figuras son más decorativas que otra cosa. La gravedad estriba en que sí hay un empoderamiento real de esas tendencias, para sufrimiento del estudiantado y de las madres y los padres que estudian correctamente con sus hijos.
Para ir cerrando este breve ejercicio de pensar en voz alta, deseo destacar por qué allá en aquella pobre infancia, disfrutábamos tanto de la lectura: Porque tenía sentido para nuestras vidas cotidianas. Lo relevante no se trataba de cuántos molinos enfrentó Don Quijote, sino por qué los enfrentó. Lo importante no era que Pilo fuera malo, sino por qué lo era. La tortuga habladora se cayó al vacío y se descalabró toda por no saber dominar su lengua, y la cuestión era esa, y no desde qué altura se cayó y cuántos huesos se quebró.
Nuestras Maestras y nuestros padres o hermanos mayores se cuadraban con nosotros a disfrutar la lectura; la compartíamos, la contextualizábamos, la ambientalizábamos que llaman ahora los pedantes de aula, le dábamos poder dentro de nosotros. Ella se realizaba por placer y gusto, y el aprendizaje llegaba inevitablemente. No era necesario asustarnos con una prueba o con una comprensión para sacarle a la lectura el mayor y el mejor de los provechos. Sentíamos que lo leído, por sí mismo, tenía sentido y era útil. Porque se relacionaba con nuestro sentido de la vida y ello lograba que todos quisiéramos ser los Héroes de las historias leídas. No daba pena llorar cuando había que hacerlo. Carcajearse era normal si Tom Sawyer hacía travesuras parecidas a las nuestras allá en el río Tiribí. Nosotros éramos el Principito que encontraba el sentido de las cosas en cada estación. Y eso no estaba prohibido. Sentíamos que vivíamos la vida haciendo estaciones en pequeños planetas, y en cada uno de ellos aprendíamos con pasión. Pero esto no se daba ni solo ni por rebote; sucedía porque teníamos la orientación adecuada de parte de nuestros educadores y de la familia. Sí existía una auténtica relación entre las aulas y las casas y a ratos no se sabía cuál era cuál.
La lectura conllevaba una esencia que consistía en vivirla, entregarse a ella sin límites hasta la saciedad; no escatimarle espacio en nuestro diario vivir y transformarla en compañera dulce y anhelada. La única obligación era no memorizarse nada. Sólo dejarla fluir y navegar por ella como si fuera un dulce río. Sentíamos que leer era vivir, y por ello vivíamos de tal manera, que vivir era leer la vida que nos rodeaba y aprehenderla y rehacerla para que fuera significativa. Construir diversos mundos a partir de la experiencia de leer. Transformar en praxis lo vivido en la lectura, pero comprendiendo que la vida real estaba no en las páginas, por más bellas que ellas fueran; sino ahí a nuestro alrededor; saltando y metiendo bulla llamándonos la atención.
Las aulas pueden y deben ser esos talleres para el deleite pedagógico que anhela todo estudiante. Los libros y los textos no son cepos para limitarle la libertad y la creatividad a nadie. Afirman que escribir es volver a recordar lo vivido, y eso en gran medida es cierto, pero también es verdadero en gran medida que leer es sentir y vibrar; y ello significa vivir para recordar. Un ser Humano sin recuerdos es como un pueblo sin historia. Y eso es una tragedia.
Debemos rendir tributo a las personas, Educadores y Familias que desde las aulas o desde las casas, hacen de la lectura el necesario encanto para crecer espiritual, moral e intelectualmente.
Hoy día, a las diversas realidades se les llama escenarios, y a la comprensión de las cosas se le dice, realizar una correcta lectura de los hechos. ¿Acaso no es lo mismo leer por placer y no por obligatoriedad? Y nótese que digo por obligatoriedad y no por obligación, porque siempre que sea por placer, la lectura será una deliciosa obligación.


Casa MONHÉR
San Isidro de Heredia

1 comentario:

mati dijo...

Excelente, llevo años pensando lo mismo... siempre me ha gustado leer, pero recuerdo que en el cole a manera de protesta no hice ni una sola de las lecturas obligatorias... sinceramente me daba demasiada pereza. También en la U me obligaron a leer Los Peor... ¿te imaginas? ¡Qué ofensa para Contreras! Los Peor es de mis libros favoritos, pero que terrible que lo obliguen a uno a leerlo.