viernes, 8 de febrero de 2008

Memorias de un pobre diablo

Estas memorias para la inmortalidad

Claudio Monge Pereira

Dios ha sido muy bueno conmigo: me nació en Grecia, donde llaman el Alto del Conejo. Me puso a crecer en los Barrios del Sur, a donde iban a atracar sus barcos de miseria todos los Pobres Diablos expulsados del campo o de la propia ciudad indiferente. Me llevó a vivir a Rusia toda mi juventud temprana, donde me encontré con el poderoso fantasma de Máximo Gorki; ese gigante que me puso sus “Universidades” entre pecho y espalda. Luego me trajo de vuelta a Costa Rica transformado en educador de futuras generaciones de Maestros y Maestras. Me unió a una mujer herediana y me puso a vivir mi vida entre la plaza principal de San Isidro y la de Santo Domingo. La Universidad de Costa Rica me juntó con grandes Seres Humanos; entre ellos, don Isaac Felipe Azofeifa. Y fue don Isaac quien me llevó hasta las “Memorias de un pobre diablo”, del insigne Maestro; también domingueño de nacimiento, don Hernán Elizondo Arce. Mi suegra era Arce, de los Arces de Santo Domingo, por ello quien quita que mis hijos y nietos estén de alguna manera emparentados con don Hernán. Por ello afirmo desde el principio que Dios ha sido bueno conmigo. Pero quizá deba decir más bien, que el Padre ha sido más que bueno conmigo, porque el primer trabajo que me asignaron como estudiante de posgrado en Literatura, fue un estudio acerca de los Premios Nacionales “Aquileo Echeverría”, en el género de novela. Y da la casualidad que me dan a don Hernán Elizondo, con sus “Memorias de un pobre diablo”. Pero ¡qué va! Como me enseñó mi amado Maestro y amigo personal, don Fernando Centeno Güel, “las casualidades no existen… todo se mueve y se acomoda de ciertas maneras y formas, porque existe una Fuerza Poderosa que todo lo ordena para nuestro crecimiento: esa Fuerza es Dios”. Por eso, reitero, es que afirmo que esa Fuerza Poderosa ha sido muy buena conmigo: me llevó desde los barriales colorados del Alto del Conejo hasta el Callejón de la Puñalada en los Barrios del Sur de la capital, y luego hasta las estepas lejanas y extensas, y me trajo de vuelta como maestro. Hace dos años me puso en la ECR…justo para que conociera en persona a este gran maestro costarricense y pudiera hoy compartir con él y con todos Ustedes, esta breve memoria que reseño.

Y la obra de don Hernán me puso en apuros, como al repugnante supervisor escolar rural que corrió de la Escuela a la bella y angelical niña Cristina, lo pusieron los estudiantes solidarios que la defendieron; y esto de mi apuro se dio porque descubrí que la obra que se me asignó para estudiar no estaba disponible en ninguna parte, salvo un ya desvencijado ejemplar en la Biblioteca Nacional, que sólo prestaban en sala. Recorrí todas las compra ventas de libros usados y todo fue infructuoso. El buen señor del Erial me prometió ayuda y darle seguimiento a mi búsqueda. Mientras tanto, el profesor Jorge Blanco me prestó su ejemplar para fotocopiarlo, so pena de perder el curso si algo le pasaba al libro.

Cuando terminé la lectura, cosa que hice de un tirón porque me quedé pegado a ella como tío Conejo al muñeco de cera, me enamoré de la obra y de su autor. Por esta razón mi trabajo lo realicé con esmero y amor, de tal manera que por ahí dicidieron publicarlo en alguna revista.

Mucho tiempo después, el buen señor del ERIAL me llamó por teléfono, para darme la buena nueva de que ya me había conseguido un ejemplar de la obra. La recogí el mismo día y después de tantos años la conservo entre mis obras más preciadas.
Estamos frente a una obra inmortal, lo cual no se puede decir de toda obra literaria, y esto lo reafirman propios y extraños, porque aceptamos que ella toca las fibras más profundas de todo corazón verdaderamente humano. Uno puede decir que luego de su lectura no se puede seguir siendo la misma persona, porque toda la Humanidad que llevamos adentro se despierta y hace bullir en nosotros ese caldo donde se cultivan las semillas de la solidaridad, la militancia y los sueños aterrizados.

Esta es una obra magistral, escrita con amor, sapiencia y clase. Y es que así escriben por lo general aquellos que no se sienten escritores, aquellos que no frecuentan los olimpos de la literatura y que no se codean con los “grandes” de la pluma. Don Hernán escribe esta obra, como tal, en una carrera contra al tiempo, y al filo de que se cierre la puerta, la introduce en el famoso certamen para ser laureada y aclamada. Esto me hizo recordar lo que mi padre, zapatero como Calufa y su entrañable amigo, me contaba acerca de como Fallas escribía los libros de un solo tirón. Le daba el ramalazo, decía papá, y se ponía a escribir con dos dedos sobre aquella vieja máquina. Y ya no se detenía hasta finalizar. Así escribió “Mamita Yunai” en 20 dias, y las yemas de sus dedos tenían ampollas con sangre cuando decidió llevársela a Carmen Lira para que se la revisara. Sé que otros grandes Maestros del relato y de la narración han trabajado así y nos han heredado obras maravillosas…como esta de don Hernán. Obras que nacen como los Héroes y las Heroínas auténticas, para no morir jamás.

Para nosotros, la obra de don Hernán debe significar lo que para el pueblo ruso significa la obra de Máximo Gorki; o para los franceses la de Víctor Hugo, o Sábato para México, o Steimbeck para los estadounidenses, por solo citar algunos casos.
Y yo no deseo hoy citar pasajes de la obra de don Hernán, porque mi deseo es que todos los presentes la lean y la vivan en sus corazones. Este libro es una obra sociológica escrita con la tinta del Alma. Para mi gusto nunca debería estar por fuera de las lecturas obligatorias del Ministerio de Educación Pública. Nuestros estudiantes no verían tambalearse sus valores con facilidad, si su formación humanística se asentara en el estudio de “Memorias de un pobre diablo”, que como otras obras inmortales saben agarrar al lector de las venas y no dejarle pasar su sangre ya más de manera indiferente.

No puedo dejar de mencionar que esta novela de don Hernán Elizondo es un Gran Poema, repleto de bellas metáforas y de imágenes literarias, que bien podrían servir de ejemplo en las Escuelas de Literatura y en los Talleres Literarios, para deleite y aprendizaje de quien desee abocarse a la escritura buena, bella e inmortal. Decía un gran maestro argentino , que el Poeta es una pequeña metáfora de Dios, y yo me atrevo a afirmar que la obra de don Hernán es una Gran Metáfora del Padre. Porque aquello que se escribe para abonar dulces rebeldías y encaminar sueños de justicia y paz duradera, es ser eco y prolongación de ese Gran Lengua que es el Creador. Por ello relaciono la novela que hoy nos reúne con el magnífico Poema Pedagógico del ukraniano Antón Semiónovich Makárenko; o con su obra también monumental “Banderas en las Torres”, cuya profunda humanidad van por el mismo camino que nos señala nuestro querido escritor costarricense.

La obra que nos tiene aquí es un faro permanente, que nos llama desde su luz, a no dejar que nuestro ánimo decaiga ni nuestras convicciones mueran, porque la diferencia entre los personajes y la vida que don Hernán inmortaliza, quizá hoy no esté tan lejos de la que sobrellevan y sufren miles de compatriotas que ahora son explotados y explotadas de otras formas, más sutiles, pero igualmente inhumanas y crueles que aquellas de los pobres diablos de antaño. Ahora no son sólo los sabaneros o los pescadores de esa prodigiosa provincia, hoy son las mujeres y los jóvenes que trabajan por salarios de hambre como mucamas, peones jardineros, guardas, lavacarros, lleva palos de golf, y otros oficios de explotación creados por el burgués siempre avaro e indiferente ante la tragedia humana del hambre, el analfabetismo y la explotación. Es decir, frente a la gran miseria humana que depara el capital seco y frío de la maquinaria materialista.

Le pido al Buen Dios que me ha llevado por muchas partes y hoy me trajo hasta aquí, que le depare a don Hernán Elizondo Arce mucha salud y muchos años de vida humana y literaria; que lo lleve siempre por ese camino bueno estampando las huellas de sabiduría y bondad que ÉL le brindó y el Maestro supo trabajar y compartir.

Como Presidente de la ECR me honro, en nombre de todo su Consejo Editorial, su personal y su Gerencia General, por tener al escritor nacional Hernán Elizondo Arce, como uno de sus huéspedes más dilectos y del cual nos enorgullecemos. Hacemos nuestro trabajo para que muy pronto, las obras nuevas de nuestros Escritores Laureados, ni siquiera tengan que ir a dictamen; es decir, que ellas tengan ese privilegio ganado por la trayectoria, el significado y el prestigio de su autor. Me referí a Máximo Gorki, cuyo nombre era Alexéi Maxímochich. Su vida de pobre diablo lo iluminó para escoger como pseudónimo ese otro nombre. En lengua rusa Maxím significa máximo, y Gorki significa amargura; de tal suerte que su nombre literario es “Máxima Amargura”. Con esto el gran escritor quería ser el vocero de los humildes, los pobres y los desheredados de su tierra. ¡ Ojalá sepamos organizarnos para construir una Sociedad en la cual, los pobres diablos, sólo sean recuerdos que encontremos retratados en la Buena Literatura!

¡Gracias don Hernán…Usted es el Maestro y nosotros sus humildes estudiantes, y lo vemos y lo admiramos con el mismo amor con que aquel chiquillo, miraba y amaba a la Niña Cristina…que sabía enseñar y orientar con la dulzura y la sapiencia de los Escogidos!

San Isidro de Heredia, Casa MONHÉR, 30 de agosto de 2006

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